Es sorprendente como les gusta a algunas personas tomarse en serio a sí mismas, a las circunstancias de sus vidas y al mundo en general. º.º
Yo me río de todos ellos porque son unos idiotas.
Con el infinito de la existencia por un lado, y el infinito de la muerte por el otro, ellos no hacen otra cosa que lamentarse y buscar responsables para sus desgracias.
2008/06/24
Tomarse en serio
Publicadas por
Unknown
a la/s
12:25 a. m.
Gorgorito //
Esos excéntricos simios humanos,
Filosofía y cuelgues holotrópicos
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2 comments:
(:
Ya no contemplaba el rostro de su amigo Siddharta, sino que veía otras caras, muchas, una larga
hilera, un río de rostros, de centenares, de miles de facciones; todas venían y pasaban, y sin
embargo, parecía que todas desfilaban a la vez, que se renovaban continuamente, y que al mismo
tiempo eran Siddharta. Observó la cara de un pez, de una carpa, con la boca abierta por un inmenso
dolor, de un pez moribundo, con los ojos sin vida..., vio la cara de un niño recién nacido, encarnada
y llena de arrugas, a punto de echarse a llorar..., divisó el rostro de un asesino, le acechó mientras
hundía un cuchillo en el cuerpo de una persona..., y al instante vislumbró a este criminal arrodillado
y maniatado, y cómo el verdugo le decapitó con un golpe de espada..., distinguió los cuerpos de
hombres y mujeres desnudos y en posturas de lucha, en un amor frenético..., entrevió cadáveres
quietos, fríos, vacíos..., reparó en cabezas de animales, de jabalíes, de cocodrilos, de elefantes, de
toros, de pájaros..., observó a los dioses, reconoció a Krishna y a Agni..., captó todas estas figuras y
rostros en mil relaciones entre ellos, cada una en ayuda de la otra, amando, odiando, destruyendo y
creando de nuevo. Cada figura era un querer morir, una confesión apasionada y dolorosa del
carácter transitorio; pero ninguna moría, sólo cambiaban, siempre volvían a nacer con otro rostro
nuevo, pero sin tiempo entre cara y cara... Y todas estas figuras descansaban, corrían, se creaban,
flotaban, se reunían, y encima de todas ellas se mantenía continuamente algo débil, sin sustancia,
pero a la vez existente, como un cristal fino o como hielo, como una piel transparente, una cáscara,
un recipiente, un molde o una máscara de agua; y esa máscara sonreía, y se trataba del rostro
sonriente de Siddharta, el que Govinda rozaba con sus labios en aquel momento.
Así vio Govinda esa sonrisa de la máscara, la sonrisa de la unidad por encima de las figuras, la
sonrisa de la simultaneidad sobre las mil muertes y nacimientos; esa sonrisa de Siddharta era
exactamente la misma del buda, serena, fina, impenetrable, quizá bondadosa, acaso irónica,
siempre inteligente y múltiple, la sonrisa de Gotama que había contemplado cien veces con profundo
respeto. Govinda lo sabía: así sonríen los que han alcanzado la perfección.
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