Tocar tu carne con mis dedos
sentir la textura de tu piel
y besar suavemente tus labios
y tu cuello, poco a poco
y reconocer tu espalda con mis manos
y lentamente ir sacándote la ropa
para poder acariciarte y besarte
en la carne del pecho y en las clavículas
y en el esternón y en el plexo.
Y morderte despacio
y acariciarte la espalda y el vientre
Y descender con mis dedos por el monte de Vénus
y por los muslos y las pantorrillas.
Y después abrazarte por atrás
encerrándote entre mis brazos
y besarte otra vez
en la nuca y en la espalda y en las mejillas.
Y masajearte suavemente los homóplatos
Y entonces decirte que te quiero
sin esperar que me respondas algo.
Y verte sonreír.
Y oír los gemidos suaves
de los buenos placeres
y los resoplidos de gusto.
Nada de eso es lo que quiero.
Aunque podría ser todo eso, y en verdad me gustaría que asi fuera.
Pero lo que quiero es otra cosa.
Lo desconocido.
Lo absoluto.
Lo que no puede describirse ni planearse.
Lo que se esconde debajo de los besos y de las caricias.
Lo que nunca podría encontrarse dos veces en el mismo lugar.
Porque en la ausencia del verdadero Poder
todos los besos y las caricias son tristes pantomimas del amor que ya una vez se ha conocido.
Pero cuando el Poder despierta
una mirada o una palabra
o un beso o una caricia
o un gesto o un encuentro de sexo o de ajedréz
pueden ser las máscaras que visten al absoluto.
2008/02/17
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